ARTURO CASTILLO / Prof. y motivador de técnicas psicorrelajantes
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Acoso, cuando el lobo se viste de oveja

EL ESPECIALISTA

Es difícil establecer la frecuencia con que se dan relaciones extralaborales que involucran situaciones amorosas y sexuales. Tampoco puede cuantificarse el acoso sexual que sufren muchas mujeres en el trabajo. Una cosa sí es cierta: el ambiente laboral esconde circunstancias que son sistemáticamente soslayadas.

Los espacios de trabajo no son simples extensiones de la vida concreta sino la vida misma. No son ámbitos artificiales, como pretenden aquellos que fraccionan la existencia en lo personal y lo laboral, sino la realidad como tal.

No es raro, entonces, que aquellos que viven su sexualidad de manera reprimida y mediocre; que no logran satisfacer sus pulsiones por vías socialmente constructivas, expresen en los espacios laborales todos esos vacíos, que pretendan llenarlos.

El acoso sexual y la seducción no siempre ocurren en la asimetría de la autoridad; no siempre son los jefes quienes reclaman favores sexuales de sus subalternos. Esta aberrante práctica es bastante frecuente entre pares, entre colegas. ¿Por qué? Seguramente debido a la cercanía cotidiana, quizás porque con el trato diario caen algunas barreras y los límites se vuelven difusos.

Puede, por ejemplo, que la espontaneidad, el trato afable, den margen para que el acosador los interprete como abiertos mensajes para que desate sus malsanos propósitos. El acosador suele dar signos de sus intenciones con contactos físicos inapropiados, con bromas de corte sexual, con insinuaciones de doble sentido. La fórmula para contrarrestar a los acosadores es poniéndose firmes y la empresa debe actuar con firmeza, denunciando su conducta.