Arturo Castillo. Especial para LÍDERES
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Año nuevo, el futuro comienza ya!

Desde siempre y en todas las culturas, el ser humano ha recurrido a diferentes formas oraculares para intentar averiguar lo que le depararía el futuro. Las pitonisas, por ejemplo, eran las visionarias de esos misterios.

En los textos vedánticos se habla de la apertura del 'tercer ojo', que permitiría tener una visión circular del tiempo, de modo que la escisión pasada, presente y futuro se resolvía, mostrando al sujeto simplemente el continuum del tiempo.

De otra parte, entre los pueblos tradicionales de diferentes partes del mundo, resalta la imagen del chamán, a quien se le atribuye el poder para viajar en el tiempo, mediante ciertos actos rituales y con la utilización de sustancias capaces de alterar la conciencia.

Sin embargo, más allá de estas especulaciones mágico-míticas, los seres humanos han aprendido a entender que si bien resulta imposible anticipar al futuro, prever su contenido, sí pueden, en cambio, seleccionar las semillas que han de plantar, con la expectativa de que cosecharán aquello que siembren.

En otras palabras, han aprendido a 'prologar' el presente, a proyectarlo dentro del futuro. La convicción de la ley universal de causa-efecto hace que los individuos actúen, además, con cierto grado de cordura, de calidad ética. Naturalmente, la generalidad de las personas optan por los resultados inmediatos y visibles del presente. Cuentan la ganancia y los beneficios de la coyuntura, aunque las repercusiones futuras y las connotaciones éticas tengan un dudoso carácter. Importa ganar, obtener lo que se ansía.

También está aquello del 'carpe diem', el hecho significativo y trascendente de vivir la vida de instante en instante. 'Un día a la vez', 'Seize the flower', expresiones distintas de una misma intención: vivir el presente.

Es un acto de sabiduría y a la vez pragmatismo puro, que acepta la imposibilidad de anticiparse al futuro, por demás incierto e ilusorio.

Concretamente, en vísperas del Año Nuevo, la mente entra en los ámbitos de la especulación, la fantasía y los anhelos. No estaría por demás, a manera de una catarsis, permitirse cuanta fantasía quiera explorar la cabeza. Luego, quizás la persona logre decantar lo realizable de lo irrealizable, lo alcanzable de lo inalcanzable, lo real de lo irreal.

Seguidamente, hará una justa y objetiva autoevaluación: "¿Cuento con los recursos, habilidades y grado de compromiso para alcanzar lo que me propongo?". La respuesta será la 'lectura' del futuro.

No obstante, si se ha de esperar algo de los tiempos por venir, que sea salud, dinero y amor... Para la salud, ¿está la persona dispuesta a revisar su estilo de vida, a cambiar sus 'sagrados' hábitos? ¿Tiene la fuerza de voluntad necesaria para discriminar, pensando en su bienestar, lo que bebe y lo que come? ¿Podrá integrar a su estilo de vida el ejercicio regular, la recreación y el ocio? Respecto del dinero, ¿será capaz de administrar con sensatez y sabiduría los recursos que genere? ¿Alcanzará a entender que no es lo mismo tener que ser? Si el individuo quiere salvar su vacío de ser coleccionando objetos, seguramente se verá atrapado en el consumismo, en la compulsión por adquirir cualquier cosa que juzgue dotada del poder para resolver su ansiedad.

El dinero se convertirá en un fetiche, sin el cual la propia existencia perderá sentido. Paralelamente, el trabajo solo será un medio 'legítimo' para comprar cosas, pero no despertará pasión, interés, un sentimiento de plenitud, de realización personal. Trabajar será un acto cuantificable, una función, un canje, un alquiler del talento.

En cuanto al amor, sería de esperar que constituyera muchísimo más que necesidad neurótica de afecto y atención, miedo a la soledad, o lo que es peor, afán de dominio y control.

Quizás la persona inicie sus relaciones con un sentimiento de carencia, de indefensión, convencida de que el otro le 'completará', porque es su otra mitad. Resulta, sin embargo, que la plenitud del amor solo se experimenta desde el propio sentido de completud, con el convencimiento del propio poder para amar.

Ineludiblemente, entre los pedidos prioritarios al año nuevo (¿a quién?, ¿hay alguien que escuche del otro lado?) están el éxito profesional, la estabilidad. Resulta, sin embargo, que el sujeto tiene dominio sobre esos cruciales aspectos solo de manera parcial. En la práctica, su suerte pende del poder que tiene alguien más, la empresa o el voluntarioso jefe.

¿Qué hacer, entonces? Simplemente hacer lo que se tiene que hacer. La única alternativa es concentrar el mejor esfuerzo, activar las mejores capacidades; elevar los potenciales humanos e intelectuales, armarse de paciencia, de fe, de modo que, eventualmente, el dinero y los afectos se conviertan en huéspedes de medio tiempo en la propia vida.

La afanosa búsqueda humana de estabilidad, el vehemente deseo de certidumbres, son, a la vez, allanados caminos al sufrimiento. Convivir con el factor X, con el cambio perpetuo de la propia naturaleza y de la naturaleza externa, son aspectos ineludibles, que toda persona tiene que aprender a aceptar.

La suerte es un misterio indescifrable. ¿Por qué la bienaventuranza no toca con su gracia a todos los individuos? No hay respuesta. Solo hay que hacer lo que se tenga que hacer; bien hecho.