Puede pasar que el jefe en ciernes tenga que lidiar con la envidia y el sabotaje de sus excompañeros.

Puede pasar que el jefe en ciernes tenga que lidiar con la envidia y el sabotaje de sus excompañeros. Foto: Ingimage

De compañero a jefe, camino de retos

5 de febrero de 2019 10:14

“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”. Con esta frase, Abraham Lincoln se refirió en su momento al hecho esencial de la actitud del ser humano frente al poder. Sus consecuencias se manifiestan en todos los ámbitos de la sociedad.

De hecho, la familia, y primeramente la pareja, se asienta en relaciones de poder. No es exagerado, entonces, afirmar que donde hay más de un individuo, alguien quiere imponerse.

La psicología del poder radica en aulas, en talleres y oficinas, en el ejercicio político, en templos y capillas; en clubes y asociaciones. No existe, en definitiva, un solo escenario donde los seres humanos no se miren con recelo, donde algún sujeto no esté persuadido de que su misión es ejercer autoridad sobre los demás.

La convicción de que solo un puñado de individuos poseen el ‘gen del liderazgo’ (lo cual recuerda a Cyril Levicki), mientras la gran masa necesita ser gobernada, anima al ejercicio de liderazgos de la peor especie.

Resulta interesante poner frente a frente a Bertrand Russell, con ‘El poder en los hombres y en los pueblos’, y a Nicolás Maquiavelo, con ‘El príncipe’, para entender medianamente las complejidades del poder.

La experiencia cotidiana deja al descubierto la existencia de personalidades proclives al poder autoritario, que buscan compensar su inseguridad de ser, que conciben su relación con el mundo como algo que entraña imposición y fuerza.

En el ámbito laboral, el declive de líderes puede convertirse en un espectáculo penoso. El empleado esforzado, laborioso y obediente, que se maneja con equilibrio en la delgada línea de los intereses empresariales y los de sus colegas, que da signos de liderazgo, tiene buenas probabilidades de ser elevado a la categoría de jefe.

Las ‘bases’ se congratularán; por fin tendrán un vocero, alguien que podría reivindicar sus modestas aspiraciones. Pero entonces ocurre la metamorfosis, el vértigo del poder, el ensimismamiento de ese nuevo ‘líder del equipo’.

Algo pasa en la cabeza del flamante jefe; ya no logra ver con claridad. En ocasiones, se vuelve evasivo y distante, autoritario y quisquilloso. Puede incluso llegar a colocarse a favor de los jefes.

Sin duda, no todos los sujetos son capaces de manejar las presiones del poder. Un ascenso no es solo una formalidad burocrática; ello implica cambios de diferente naturaleza. Según sugieren algunos estudios, cambios inclusive a nivel cerebral.

Si la persona siente que su estatus ha cambiado, que tiene que estar ‘a la altura’, probablemente su vuelva selectivo con la gente y los lugares que frecuenta. Es probable que trate de distanciarse de su pasado inmediato.

En muchos casos, sus excompañeros sentirán que el fulano ya no es el mismo, que se le han subido los humos a la cabeza. El recelo mutuo, la confrontación, el antagonismo, pueden minar la eficacia de la jefatura.

A menos que la persona deponga sus ocultas ínfulas autoritarias, que entienda que solo los vínculos humanos, la empatía, la sencillez, la cooperación, sustentan liderazgos genuinos y duraderos, la pugna de poder echará por tierra los esfuerzos empresariales por refrescar las líneas de mando.

Pero también puede acontecer que el jefe en ciernes tenga que lidiar con la envidia, la descalificación y el sabotaje de sus excompañeros. Entonces su carácter se pondrá a prueba. Y de esa manera, pronto sabrá si tiene o no el gen del liderazgo.