La edad de oro puede manifestarse con una recuperación del entusiasmo por vivir, por dar más. Foto: Ingimage

La edad de oro puede manifestarse con una recuperación del entusiasmo por vivir, por dar más. Foto: Ingimage

Arturo Castillo
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Trabajo: ¿es la edad de oro un mito?

14 de noviembre de 2016 18:36

El ser humano está condenado a trabajar. Literalmente. Sin embargo, es el propio trabajo lo que le humaniza, lo que da sentido a su existencia. La laboriosidad, que es una forma de estructurar el tiempo, es más que una virtud socialmente deseable; es, en realidad, una manera de salvarse a sí mismo del pánico de la nada.

Durante la infancia, los seres humanos estructuran el tiempo con el juego, que no es otra cosa que una forma incipiente de trabajo. Lo lúdico, con su maravilloso estímulo anímico, implica también un hacer con el cuerpo, un hacer ‘oficios’, por decir de alguna manera.

La escolarización, por otra parte, es la determinación social de que los niños necesitan estructurar su tiempo, tener una función específica en el mundo. Se les asignan tareas y responsabilidades, que están sujetas a medición.

Los resultados, sin embargo, pueden arrojar datos preocupantes: el niño no trabaja con eficiencia, no cumple con las responsabilidades que se le asignan.

Esa falta de interés resulta aún más inquietante cuando se trata de la adolescencia, la antesala de la adultez y de la adopción de roles sociales.

La persona adulta, por su parte, se afirma en el mundo con el trabajo. La llamada ‘edad productiva’ no solo hace alusión a la capacidad del sujeto para generar recursos materiales, dinero, sino también al desarrollo de su potencial mental y espiritual, de su capacidad creativa.
Dependerá de varios factores para que esa “edad productiva” sea satisfactoria, para que el individuo se sienta autorrealizado. En muchos casos, el trabajo ha estado plagada de dificultades, con períodos de desocupación e incertidumbre.

El tránsito de la “edad productiva” a la “edad de oro”, casi al final de la vida laboral, debiera deparar a las personas experiencias gratas, enriquecedoras.

Lastimosamente, el acortamiento de la vida productiva, con el estigma de la edad y la obsolescencia, deja pocas posibilidades para que los individuos disfruten su “edad de oro”.
El pragmatismo empresarial, la falta de un sentido humanista del trabajo, hacen que quienes han servido largos años a la sociedad acaben relegados, insatisfechos.

El crepúsculo de la existencia, la inevitable decadencia, son expresiones naturales, pero que en ningún caso imposibilitan para trabajar y producir, para compartir las riquezas de la experiencia. Hay personas que tienen los arrestos necesarios para seguir en la brega, para asumir retos.

La historia da cuenta de individuos que a sus sesenta tuvieron un repunte, que experimentó una especie de renacimiento, dejando importantes legados en los más variados ámbitos.

La “edad de oro” no es un mito, tampoco algo restringido a lo laboral, a la productividad; se trata, en realidad, de una etapa inherente al proceso vital humano. Puede manifestarse de manera impetuosa, súbita, con una recuperación del entusiasmo por vivir, por sacarle a cada día el ‘summum’, lo más precioso.

Y si se expresa en el trabajo, la persona dejará gratos recuerdos, por su calidad humana y por su profesionalismo.

Las empresas debieran sacarle el mayor provecho posible a la “edad de oro” de sus trabajadores, pues ellos constituyen la memoria de la organización. En muchos casos, son los poseedores del ‘know how’, que necesita ser recuperado y transferido. Debieran ser la élite formativa, debieran “vaciarse” de todo lo que saben.

En realidad, nadie más que ellos está en capacidad de colaborar para la transición generacional, para inspirar a los jóvenes profesionales, que siempre necesitan de figuras representativas.

Estadísticas del país

En el 2015, en el Ecuador se contabilizaban más de 386 000 personas con edades comprendidas entre 65 y 69 años, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).

Además, se contaron 289 000 personas con edades que oscilaban entre 70 y 74 años.
En el rango  de más de 75 años e INEC contabilizó el año pasado más de 432 00 personas.