Si va con tarea al hogar es para una gratificación o una señal de que ha rebasado el límite razonable.

Si va con tarea al hogar es para una gratificación o una señal de que ha rebasado el límite razonable.

¿Vale la pena llevar trabajo a casa?

15 de marzo de 2017 15:12

A cualquiera puede sucederle, alguna vez, que tenga que llevarse trabajo para terminarlo en casa; pero cuando aquello se vuelve un hábito, es tiempo de detenerse a pensar. O bien la persona está jugando a ser supereficiente, a la espera de obtener algún tipo de gratificación, o es víctima de una circunstancia que ha rebasado el límite de lo razonable, que le condiciona y atemoriza.

En la primera circunstancia, tal vez la persona deba evaluar si la gratificación, el reconocimiento y la compensación que esperaba están por concretarse o si son simples quimeras suyas.

En el supuesto caso de que su sobreesfuerzo fuera premiado, ya no podrá dar marcha atrás; de lo contrario, sus jefes dirán: “Generosidad con piola. Antes del aumento salarial, hasta se llevaba trabajo a la casa”.

Si el trabajador pensaba que tenía la situación bajo control, estaba equivocado; su actitud ‘desprendida’ se habrá vuelto una nueva  .

En cambio, cuando hay coacción, cuando la estabilidad laboral depende de que la persona extienda su jornada para poder absolver la sobrecarga de trabajo, la situación es más compleja.

El silencio temeroso del individuo, no resolverá la situación. Es muy probable que no tenga el carácter necesario para discutir el tema con sus jefes. Mientras, la tensión irá en aumento en el ambiente familiar. Nada extraño es que el malestar que no puede desahogar en la oficina, lo saque en casa.

Su frustración será doble. De una parte, la empresa no reconoce el sacrificio, ni lo recompensa materialmente ni lo traduce en gratitud, en un tratamiento preferencial. De otra, la familia no entiende ni colabora, a sabiendas que los desvelos son para lograr un futuro mejor. 
 
En ese punto, el individuo ya no alcanzará a distinguir las prioridades, no sabrá a cuál de los dos amos servir. Sin embargo, a la postre, será la empresa la que doblegue la voluntad de la persona; las necesidades materiales acabarán por trazarle la ruta de sus decisiones.

Objetivamente hablando, inclusive si el sujeto tiene un estatus especial dentro de la compañía, las posibilidades de hallar el equilibrio entre trabajo y familia son bastante escasas. Mientras más importante es el cargo, las exigencias son mayores. Un claro ejemplo son los ejecutivos ‘bien pagados’, que no tienen vida propia.   

Hay que considerar, no obstante, que este complejo puede estar relacionado con el estilo de trabajo del sujeto, con su ritmo, con su tendencia a dejarlo todo para último momento. De hecho, hay personas que aseguran que la adrenalina que produce la angustia les hace funcionar con mayor agudeza y eficiencia.

La parsimonía, los frecuentes desfases con los cronogramas de trabajo, la procrastinación, también pueden llevar al hábito en cuestión. En esos casos, será providencial la intervención de la empresa, para que la persona cumpla con sus tareas dentro de las horas normales.

Lamentablemente, la supervisión permanente será necesaria, mediante un registro de avance del trabajo. Al atrasado no le gustará, pero será para su propio bien y de la empresa.

La única contraofensiva posible es la recuperación consciente del tiempo, administrándolo de forma prudente y efectiva. Por ejemplo, haciendo un recorte de todo aquello que resulta superfluo e improductivo, como las interminables reuniones, como el mal hábito de la dispersión mental o el uso compulsivo de los aparatos electrónicos, tan omnipresentes en el día a día de las personas.

Al término del día, el tiempo habrá alcanzado como para no tener que hacer de la casa una extensión de la oficina.