Arturo Castillo. Motivador y prof. de técnicas psicorrelajantes
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¿Es rentable un espacio grato de trabajo?

De tanto en tanto, las empresas despiertan bruscamente a la realidad, cuando en medio de sus afanes de la excelencia, la calidad total, de supuestos como 'amor por lo que se hace', 'pasión por el trabajo', ocurren conflictos de convivencia y comunicación, que enrarecen la atmósfera laboral.

Efectivamente, pese a todas las consignas y clichés, especialmente formulados en la misión y visión, los hechos demuestran que los problemas empresariales radican en naturaleza humana, en el afán de poder, en la egolatría.

De otra parte, el ensimismamiento empresarial, que pone énfasis estrictamente en el éxito económico, relega a la persona, convirtiéndola en una herramienta, en un medio para alcanzar el fin de la ganancia.

Muestra de ello es la escasa inversión que las compañías hacen para generar espacios gratos de trabajo. Parece poco rentable gastar en acciones orientadas a hacer del entorno laboral algo estimulante, efectivamente inspirador.

Obviamente, el buen ambiente no es responsabilidad exclusiva de los empleadores. Cada individuo, cada colaborador de una compañía, con sus actitudes, incide, para bien o para mal, sobre los demás.

Por lo general, los conflictos están presentes en todas las empresas, inclusive en aquellas que están integradas por gente 'educada'. La 'alcurnia' académica, sin embargo, no es garantía de un ambiente relajado y respetuoso, basado en la empatía.

Lo que podría llamarse guerra de egos, es capaz de echar por la borda los buenos propósitos de la organización, que quiere gente productiva, obediente, razonable, cooperadora, amable. Puede que inclusive establezca programas y estrategias para tener al personal trabajando en paz y con eficacia. Pero hay algo en la condición humana que la hace ingobernable, insufrible.

El asunto es que la cohabitación laboral deja emerger aspectos como la envidia, el orgullo, la pereza, la intriga, la falsedad, aspectos 'gratamente' humanos.

Resulta difícil, si no imposible, evitar la irrupción de estas conductas en la cotidianeidad de las empresas.

Los buenos propósitos no impiden que inclusive los individuos académicamente virtuosos, un momento dado pierdan los estribos y se comporten como gente común y corriente.