Ilustración: Ingimage

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Vacaciones, ocio y productividad

19 de julio de 2018 09:09

Pese al agobio del cansancio y la rutina laboral, muchas personas no se sienten del todo entusiasmas con el asunto de las vacaciones anuales. El condicionamiento puede ser de tal naturaleza, que la idea de romper el ‘orden’, de contrariar la estructura cotidiana por unos días, llega a inquietarles.

El desgano de las vacaciones también afecta a los adictos al trabajo. Para ellos, se trata de un tiempo perdido, improductivo. Y ante lo inevitable del receso, se las arreglan para montar su oficina portátil.

También están aquellos que condicionan sus vacaciones a la disponibilidad de dinero. De todas formas, no debieran privarse del tiempo de ocio y recreación, de la oportunidad de regenerarse.

Por último, algunas personas prefieren canjear sus vacaciones por dinero. Alivian alguna tensión económica, pero agravan sus tensiones físicas y emocionales.

En cuanto a las empresas, raramente intervienen de manera práctica para que sus trabajadores tengan unas vacaciones gratas y renovadoras. Su preocupación se centra en llenar las tareas de la persona que se ausenta.

Las vacaciones debieran ser un aspecto integral de las posibilidades productivas de los sujetos, una estrategia para reinventarse, para recuperar el entusiasmo; una reingeniería de la organización.

La empresa debiera asegurarse de que la persona deje en la oficina toda herramienta tecnológica, incluido el teléfono de la empresa, de modo que de verdad se desenchufe de sus obligaciones.

La ausencia del trabajador tiene que ser real; deben evitarse interrupciones debido a ‘emergencias’ u ‘olvidos’. La planificación del receso laboral debe iniciarse con suficiente tiempo. El trabajador deberá dejar todo en orden, de suerte que quien le reemplace no tenga tropiezos, como tampoco pretextos para acumular tareas.

Desde otra perspectiva, el asunto de las vacaciones obliga a considerar algunos temas vitales para la organización, como el control del ‘know how’, de la información esencial de la empresa.

En ese sentido, la ausencia de uno o más trabajadores no debe implicar entorpecimiento o aplazamiento de las actividades.

Todo debe ser transferible. En otras palabras, nadie es dueño de la información referente a los procesos de la compañía. Las herramientas tecnológicas, las oficinas, el mobiliario, son de utilidad colectiva. Las personas no pueden poner las cosas bajo llave, para ‘protegerlas’. Al irse de vacaciones, todo debe ser transferido a RRHH para su reasignación.

Adicionalmente, el acceso a información sensible debe determinarse desde el directorio. Ningún vacacionista puede ‘llevarse’ consigo la empresa.

Visto desde otro ángulo, aunque las vacaciones son un tiempo de libertad, un espacio soberano, donde la compañía no tiene injerencia. Pero en función de contribuir de manera práctica con la recuperación anímica y física de su personal, podría establecer estrategias de ahorro, celebrar convenios con lugares de recreación, con agencias de viaje y turismo.

En fin, las vacaciones no son solo el registro estadístico del receso de los empleados. Se trata, fundamentalmente, de un reacomodamiento estratégico, de una manera sencilla de aliviar el peso de la rutina, de repensarle a la organización.

Culturalmente, hay una carga de prejuicios respecto del ocio. Las vacaciones son una especie de ocio programado. Sin embargo, en muchos casos, lo que menos ocurre es que la persona se dé realmente un tiempo de ‘no hacer’.

El estereotipo de la laboriosidad como sinónimo de éxito genera sentimientos de culpa cuando se trata de detenerse y descansar.

De modo que el profesional que se precie de tal, se piensa, debe trabajar incesantemente, hasta la extenuación. El ocio es considerado una ‘debilidad’; pero no hay otra manera de ser productivo que haciendo paradas estratégicas. En resumen, saber cuándo hacer pausas es crucial para la salud integral y para mantener un buen grado de creatividad y entusiasmo laboral.